27 de abril de 2010

ELEGIA AD PATREM

No son nada, bien mirado,

ni las flores que me dicen que te ofrezca,

ni las lágrimas que quieren que derrame,

ni los lutos que quisieran imponerme.

No son nada, comparados

con la hondura del abismo de mi pecho.

Que es tu mármol lo que araño cada noche

en mis sueños, intentando retenerte,

convencerte, reintegrarte.

No son nada, ni los años, ni las vidas,

ni las horas, ni las hojas de los libros

que me explican las razones de tu ausencia.

Este mundo está vacío

pese al número del límite de Hayfflic,

pese a tantos argumentos que me lanzan

–que me lanzo yo a modo de consuelo–,

porque tú no estás conmigo.

Que te has ido, padre. Que te has ido, padre.

Que te has ido. Que te has ido lo repito

para ser capaz yo mismo de aceptarlo:

tan difícil de asumir.

Con botellas estalladas en mis puños,

con botellas de sollozos y lamentos

que conservo desde entonces para mí;

no le ofrezco a nadie de ellas.

Esas lágrimas son lo único que tengo,

–y la viola de tu voz en mis cajones–

para no olvidarme nunca de quién fuiste.

Y yo sigo así, en silencio,

sin permiso de gritar tu nombre en alto,

recamando tu sonrisa en mi recuerdo,

embozando en las calles y en los foros

que te extraño

para siempre.


05/04/2010