Opinión y Corona
La Corona es la garantía de estabilidad y unión de esta entelequia que llamamos España. Se supone. También es cierto que hay voces que afirman que lo único que mantiene todavía unido a España es el Carrefour (los franceses, como siempre, como Pepe Botella, vienen en auxilio de nuestra precaria unidad). Supongamos pues que la Corona, en la figura del su actual titular don Juan Carlos de Borbón y Borbón, actúa como pegamento de intereses y sentimientos tan centrífugos. Y de paso, seamos objetivamente agradecidos con la labor que llevó a cabo en los años aquellos de la transición. Pero ya está bien de tener que hacerles reverencias ni a él ni mucho menos a toda su corte. Los tiempos en que había que dejar la presencia real con la espalda doblada y caminando hacia atrás para no situarnos a mayor altura que su majestad afortunadamente pasaron. Ahora, los reyes europeos lo son porque al pueblo del que dicen ser humildes servidores decidieron que lo fueran. Pensar, como piensan algunos, que sus derechos son algo así como títulos de propiedad inajenables, es caduco, injusto e ilegítimo. Quisiera recordar aquí aquellas palabras de Rousseau, en su Contrato Social, cuando decía:Si no tomase en consideración más que la fuerza y el efecto que se deriva de ella, diría que, mientras un pueblo se ve obligado a obedecer y obedece, hace bien, pero que, cuando puede sacudirse el yugo y consigue liberarse, hace todavía mejor, porque, al recobrar la libertad basándose en el mismo derecho por el que había sido despojado de ella, está legitimado para recuperarla, o no lo estaba el que se la arrebató.
Por supuesto, no estoy llamando a la revolución ni a la sangría azul (ni de ningún color, por otro lado). Pero habría que recordar a los legisladores que si existe el delito de "injurias a la Corona", algo similar debería aplicarse a todos y cada uno de los ciudadanos de este país. Se supone que la Constitución garantiza la igualdad de todos los españoles. Y esto es mentira, incluso en el mismo texto constitucional se contradice a sí mismo (sucesión a la corona, por ejemplo).
Han pasado casi 30 años, y se hace evidente que aquella Constitución tiene muchísimos artículos cogidos con pinzas, en un equilibrio anti-natural fruto de la coyuntura de aquel momento, pero que comienza a no responder a la coyuntura de este momento. Parece que va siendo necesario plantearse reformas de este texto: quiero dejar claro que hablo de "plantear reformas", no de "reformar". Todo bosque que no se desbroza, corre peligro de incendiarse; todo lo que adquiere rigidez, se expone a la aparición de grietas.
Por otra parte, volviendo a la Corona, considero que el secuestro de la revista El Jueves por parte de un juzgado es una medida caduca, como dijo María Teresa Fernández de la Vega. Se ha caído en una injenuidad similar a la que cometió el gobierno del PP con "mentirijillas" como las del Prestige, los puñados de personas gritando en la calle, las de ce-ce-o-o, las de "ha sido ETA" cuando todos los demás decían lo contrario. El mundo ahora ya no se plasma en un papel, ahora el mundo está abierto y el cierre de una web no impide ni ha impedido la difusión de una caricatura.
Ahora se rasgan las vestiduras porque unos dibujantes satíricos dicen lo que todos los españoles pensamos, que don Felipe de Borbón y Grecia parece no realizar ningún tipo de trabajo. Pero hace unos meses defendían a capa y espada la libertad de publicar caricaturas donde se reía de Mahoma y a los terroristas suicidas. Si la libertad de expresión servía entonces, la libertad de expresión debería servir aquí y ahora. No creo que esto dé pie a abrir la veda y decir que todas las personas son criticables y satirizables. No creo que haya conflicto de derechos (honor versus libertad de expresión; o incluso libertad de expresión versus intimidad). El derecho a la intimidad debería ser prioritario en todas aquellas personas cuyos actos no tengan trascendencia pública. Especifico que no tengan consecuencias ni trascendencia pública; no debería esto confundirse con fama o trascendencia pública de la persona. Los folleteos de cualquier famosillo de turno puede tener trascendencia por el interés o el morbo, pero de estos actos no se deriva ninguna consecuencia para la sociedad. Ahí debería pues respetarse el derecho a la intimidad siempre y sin restricciones (no me vale aquello de si una vez vendieron, venden siempre; la venta de la vida privada es constantemente autorizable). Por otro lado, el derecho al honor lo poseen todos; pero el honor no se rompe por exponer públicamente una crítica, más cuando esta crítica la comparten muchísimos ciudadanos.
El honor se tiene. El respeto ha de ganarse. Y el respeto puede ganarse, entre muchas maneras, soportando con una sonrisa una caricatura, una ironía. El respeto puede ganarse dándose cuenta de que si el pueblo al que dices representar opina que no trabajas, quizá sea cierto. La Corona no debería ser fruto de crítica como tal institución, en cuanto a que peligraría la estabilidad que representa. Pero las personas que forman parte de ella, en cuanto a personas de trascendencia pública, deberían ser objeto de crítica libre. Y poca crítica hay más saludable que el humor y la sátira. Por el hecho de negar que el rey esté desnudo, el rey no va a estar menos desnudo, si todos vemos que lo está. Ahora han prohibido una caricatura donde se sugiere que el príncipe da la impresión de no trabajar; pero esto no hace que la gente deje de opinar que el príncipe no trabaja.
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